LAS SIRENAS DE BAGDAD


Un joven estudiante iraquí, mientras aguarda en el bullicioso Beirut el momento para saldar sus cuentas con el mundo, recuerda cómo la guerra le obligó a dejar sus estudios en Bagdad y regresar a su pueblo, Kafr Karam, un apacible lugar al que sólo las discusiones de café perturbaban el tedio cotidiano hasta que la guerra llamó a sus puertas. La muerte de un discapacitado mental, un misil que cae fatídicamente en los festejos de una boda y la humillación que sufre su padre durante el registro de su hogar por tropas norteamericanas impulsan al joven estudiante a vengar el deshonor. En Bagdad, deambula por una capital sumida en la ruina, la corrupción y una inseguridad ciudadana que no perdina ni a las mezquitas.
Atormentada, es presa fácil de unas tramas integristas que también le decepcionan, porque sus maneras no son mejores que las de los ocupantes, pero se deja arrastrar y se implica en un atentado de tintes apocalípticos cuyas repercusiones dejarán en mantillas al 11-S.
Las sirenas de Bagdad es una novela estremecedora que a través del lirismo que permean sus páginas, la fina caracterización de sus personajes y una prosa ágil nos conduce por el laberíntico mundo de la clandestinidad, el fanatismo, el odio y la desesperanza, ayudándonos a comprender cómo se ve, se siente y se padece la guerra desde el lado árabe. Con su sensibilidad y su manera sutil de narrar, Yasmina Khadra nos muestra el horror sin necesidad de describirlo. Las sirenas de Bagdad forma una trilogía, con Las golondrinas de Kabul y El atentado, en la que Khadra disecciona con la precisión de su bisturí narrativo los puntos calientes del desencuentro entre Oriente y Occidente y la incapacidad para comunicarse y ejercer la autocrítica.

23 DE ABRIL - DIA DEL LIBRO

EN EL PRINCIPIO FUE EL SONIDO

En la cama. En el sofá. En el asiento de atrás de un coche. Y también en el de delante. En la mesa de la cocina. En la playa. En la bañera, con un poco de cuidado. En todos estos sitios, y en muchos otros más podemos leer. Resulta un poco extraño hacer un elogio de una actividad tan placentera y necesaria como la lectura, que me ha acompañado a lo largo de mi vida y ha cumplido años y sueños conmigo. Que en mi sed infinita ha sido el agua y a veces la tormenta, de vez en cuando devastadora, pero llena de sentido. En “Érase una vez en América”, cuando tras el paso de los años dos amigos se reencuentran le preguntan a Robert De Niro: “¿Qué has hecho todos estos años?” Y él responde: “Acostarme temprano”. Yo hubiera podido contestar: Leer.Aunque para mí en el principio fue el sonido. El sonido de los versos recitados por mi padre. Su voz dando forma a unas imágenes y a unos sentimientos que más tarde relacioné con los títulos de algunos poemas, con los nombres de algunos autores. En aquel momento aún había tantas cosas que no tenían su propio nombre que hoy no puedo reproducir esas sensaciones concretas, pero solo sé que me resultaban cálidas y agradables. Luego aprendí que los bichitos caprichosos que bailaban en un papel tenían un sentido y que no solo eran hormigas, sino voces que hablaban, y me hablaban a mí, poseedora de una nueva clave para entender su mundo dibujado.La lectura y toda la rigurosa puesta en escena que la rodea. Entrar en una biblioteca vacía, teniendo ante ti todas esas ventanas abiertas que son los libros, todas las vidas que te esperan dentro. Su olor, el fragor vertiginoso de una librería bien surtida. La inevitable pesadilla de una estantería colmada de libros y los quebraderos de cabeza pensando “y éste donde lo pongo”. La desazón que queda cuando tienes que abandonar la lectura de un poema o de un capítulo a la mitad porque de buenas a primeras suena el timbre o el teléfono y es otra la realidad que se empeña en interrumpirte. O el asombro, no mucho menor, cuando relees un libro después de mucho tiempo, y al volver a sumergirte en sus palabras descubres cuánto has cambiado tú, o tal vez ambos. Hace casi tres mil años en la tierra que hoy llamamos Grecia, los primitivos lectores, en realidad simples oyentes, escuchaban con placer las historias que contaban los aedos referidas a los héroes de la mitología, en especial el retorno a sus hogares de los protagonistas de la guerra de Troya. Y escuchaban combinando el placer que les proporcionaban esas historias con el placer de la comida, el de la grasa densa y cálida resbalando de los trozos de carne asados en la hoguera, y con el abrazo caliente del vino. Es todo un placer, un placer sensual que alborota los sentidos y que comienza, como ya he dicho, en la infancia y que allí mismo se va forjando con los libros que aún recuerdo, que han dejado su poso profundo, pero también con aquellas otras lecturas anónimas, con aquellos libros que pasaron por mis manos y por mi imaginación de un modo fugaz y de los que hoy no queda ni una huella liviana.El acto de leer como un acto de conocimiento, de sabiduría, y de decisión. El traslado cotidiano de los libros, como una sombra fiel, de la alborotada mesilla de noche a la mesa del salón; su forma y su calor familiar al lado de las gafas, del paquete de tabaco, a veces señalados por el círculo húmedo de una copa. El libro que se hace su hueco en la estrechez de una maleta dispuesto a embarcarse contigo en un nuevo viaje. Aunque cada libro, ya se sabe, es un viaje. Tal vez por eso la fascinación que desde muy temprano levantó en mí una ciudad, la Alejandría de Durrell, precursora de todas las ciudades de mi vida, esas que, como la Roma de Alberti, viven ya en mí. Ciudades levantadas con las palabras que evocan olores, luces, sonidos, colores, gestos y sensaciones. Para mí resulta extraño elogiar una actividad tan natural y tan placentera, pero supongo que es necesario hacerlo porque aun hay mucha gente que se enorgullece de leer únicamente un periódico deportivo, y no entero, o un manual de instrucciones del último modelo de televisor. Porque todavía hay mucha gente que siempre pregunta, “¿y no lo hay en película?”. Pues no, no lo hay en película y tampoco te lo puedes bajar de Internet. Hay que levantarse, ir a una librería, a una biblioteca, comprarlos y amontonarlos en casa como se amontonan los buenos recuerdos; los libros silenciosos y obedientes que aguardan a que una mano decidida los elija, los agarre del lomo y abra sus hojas con la misma determinación y solemnidad con que se abren las puertas de un templo. Porque allí dentro también se guarda un misterio. El lector se va forjando con cada nuevo libro, sus páginas van dejando leves arañazos de vida, sus palabras son arados que trazan surcos en la imaginación. No puedo imaginar un mundo sin libros, sin su presencia física, sin su peso ni su olor; no concibo un mundo sin el tiempo dedicado a los momentos de la lectura. La lectura y su compañero inseparable: el momento de compartir emociones, sensaciones o incluso decepciones con otros lectores, la charla alentada por un café humeante. Títulos y títulos que se apiñan, nombres de autores, el recuerdo de ejemplares concretos, aquel encontrado en un mercadillo, otro que guardaba entre sus páginas una postal de París o un tres de copas levemente arrugado; otro garabateado, quien sabe si por la mano de un niño o por la de un loco, o ese otro que en mala hora prestaste con toda tu ilusión a una turbia amistad que jamás te lo devolvió. Y aun así, sabes que inevitablemente seguirás prestándolos.Podría hablar de nombres, pero no habría sitio en estas páginas para tantas palabras y silencios, para tantas maletas de gozo, perplejidad y asombro. Casi al principio de estas palabras decía que en el comienzo fue el sonido, la voz que recita, la mirada que escucha. Me gustaría acabar esta breve intervención leyendo un poema muy relacionado con la voz, con la voz de un amigo que recitaba con un tono profundo y dulce. Tan dulce como él.

CLUB DE LECTURA "LA ERA LA COLÁ"


El martes 20 de abril acabamos el libro que estabamos leyendo y entregamos uno nuevo a los asistentes al club. Se trata de "Nos espera la noche"de Espido Freire, una de las escritoras más prometedoras de la narrativa en español. Ha publicado varias novelas, libros de cuentos, un poemario y varios ensayos. Además colabora como columnista en diversos medios de comunicación y trabaja también como traductora literaria.

Nos espera la noche es una novela intimista y épica, llena de aventuras y pasiones, y también un viaje a un pasado remoto, o tal vez a un lejano futuro; a un país traicionado por el amor y la ambición llamado Gyomaendrod, una tierra donde las jóvenes usan sus secretos como si fueran una tela de araña, los hombres creen ser héroes y los lobos todavía aúllan en los desfiladeros.

En Gyomaendrod, donde los sentimientos vencen sobre la razón, cinco familias luchan a fuego y espada por el poder y las alianzas con las mujeres más codiciadas.

CLUB DE LECTURA "LA ERA LA COLÁ"




Ya hemos terminado nuestro primer libro y estamos con otro. En esta ocasión estamos leyendo "Dafne desvanecida" de José Carlos Somoza.

Su protagonista principal es Juan Cabo, un escritor que despierta en el hospital después de haber tenido un accidente de tráfico que le ha ocasionado amnesia. De la total ausencia de recuerdo ha sobrevivido una frase escrita por su propio puño en una libreta la misma noche del accidente: “Me he enamorado de una mujer desconocida“. Una frase que le obsesiona y que le lleva a investigar qué hizo antes de meterse en el coche. Sus pesquisas comienzan en un restaurante, La Floresta Invisible, que se caracteriza por dejar a los comensales cuartillas para que escriban mientras disfrutan de los platos del menú. Cuartillas que una vez rellenas se guardan en un archivo a la espera de una posible publicación y que pueden ofrecer información sobre quién estaba aquella noche en el restaurante. Sin embargo la investigación no produce los resultados buscados porque nadie parece haber reparado en esa mujer. ¿O sí lo hicieron y alguien ha falsificado las cuartillas de aquella noche, ocultando la presencia de la joven?

Con Dafne desvanecida, Somoza casi roza la perfección, entendiendo por ello que una novela resulta perfecta cuando sus objetivos y sus resultados coinciden. Con la coartada de un argumento de misterio muy sencillo -la búsqueda por parte del protagonista, un afamado escritor amnésico, de una desconocida de la que sospecha estar enamorado- Somoza construye una alegoría donde todos los tópicos relacionados con la creación literaria son encarnados en personajes y situaciones, una especie de ensayo ficcionado, podría decirse.

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