Desde su majestuoso cortijo explotaba a los trabajadores de sus tierras por un mísero jornal recibido a destiempo. No había quejas, para eso estaban los capataces que podrían hacer desaparecer una familia entera bajo la tierras en el monte de las Cruces.
En extremos opuestos de las afueras del pueblo había dos terratenientes: el justo y el explotador. Entre ambos se cruza la vida de una familia sencilla y honrada.
Este es el testimonio de Ángel, uno de los hijos que ve cómo le arrebatan todo cuanto ama. El dolor y la impotencia dan paso a un silencio que le obliga a tragar la injusticia. Antes de caer en el abismo es amparado por Pascual (el justo), dueño de las tierras de la finca de Las Peñas. Años después está preparado para vengarse, dar justicia a su familia al tiempo que saca de su interior el odio y trata de rehacer su vida, de SOBREVIVIR a ella.